Alicia en el país de las maravillas – Lewis Carroll

LEWIS CARROLL, además del gran escritor que fue, era matemático, dibujante, se le considera uno de los mejores fotógrafos de su tiempo y un poeta genial. Era profesor en la universidad de Oxford. Allí conoció a la pequeña Alicia, a quien durante un paseo por el bosque, empezó a contar una historia: Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas, libro clave de la literatura no sólo infantil sino también para mayores, pues Carroll sabía que para entrar en el terreno de la fantasía y el ingenio, no existe distinción de edades.

INDICE DEL LIBRO

  • EN LA MADRIGUERA DEL CONEJO
  • EL CHARCO DE LAGRIMAS
  • UNA CARRERA LOCA Y UNA LARGA HISTORIA
  • LA CASA DEL CONEJO
  • CONSEJOS DE UNA ORUGA
  • CERDO Y PIMIENTA
  • UNA MERIENDA DE LOCOS
  • EL CROQUET DE LA REINA
  • LA HISTORIA DE LA FALSA TORTUGA
  • EL BAILE DE LA LANGOSTA
  • ¿QUIEN ROBO LAS TARTAS?
  • LA DECLARACION DE ALICIA

Capítulo 1 – En la Madriguera del Conejo (FRAGMENTO)

Alicia empezaba ya a cansarse de estar sentada con su hermana a la orilla del río, sin tener nada que hacer: había echado un par de ojeadas al libro que su hermana estaba leyendo, pero no tenía dibujos ni diálogos. «¿Y de qué sirve un libro sin dibujos ni diálogos?», se preguntaba Alicia.

Así pues, estaba pensando (y pensar le costaba cierto esfuerzo, porque el calor del día la había dejado soñolienta y atontada) si el placer de tejer una guirnalda de margaritas la compensaría del trabajo de levantarse y coger las margaritas, cuando de pronto saltó cerca de ella un Conejo Blanco de ojos rosados.

No había nada muy extraordinario en esto, ni tampoco le pareció a Alicia muy extraño oír que el conejo se decía a sí mismo: «¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Voy a llegar tarde!» (Cuando pensó en ello después, decidió que, desde luego, hubiera debido sorprenderla mucho, pero en aquel momento le pareció lo más natural del mundo). Pero cuando el conejo se sacó un reloj de bolsillo del chaleco, lo miró y echó a correr, Alicia se levantó de un salto, porque comprendió de golpe que ella nunca había visto un conejo con chaleco, ni con reloj que sacarse de él, y, ardiendo de curiosidad, se puso a correr tras el conejo por la pradera, y llegó justo a tiempo para ver cómo se precipitaba en una madriguera que se abría al pie del seto.


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